La cultura de las rentas básicas. Historia de un concepto
José Iglesias Fernández


Anexo II.- Referencias breves

Charles Louis de Secondat, Baron de Montesquieu (1689-1755). The Spirit of the Laws. 1748.

secondat     “La limosna dada en la calle al mendigo no descarga al Estado de sus obligaciones con cada ciudadano, como es el de responsabilizarse de cubrirle un determinado nivel de subsistencia;: alimentación suficiente, vestimenta adecuada, y un nivel de calidad de vida en el que se asegure la salud”. (XXIII, p. 29)

 

Edmund Burke (1729-1727). Reflections of the Revolution in France.

burke     A este autor, no le duelen prendas reconocer que le horroriza todo cambio social que venga desde abajo, y más si este acaba instaurando un poder popular: “La sola idea de construir un nuevo gobierno es suficiente para llenarnos de disgusto y horror. En el período de la Revolución hemos deseado, y ahora mucho más, que todo lo que poseemos políticamente sea el fruto de la herencia de nuestros padres”.

    Aunque hace un juicio muy negativo de la condición humana, esto no le impide reconocer que las personas tienen, al menos en teoría, una serie de derechos reales: “Si la sociedad civil se organiza para el bienestar de las personas, todo este bienestar se convierte en un derecho. Toda la sociedad se convierte en una institución de beneficencia, que debe estar amparada por la propia ley. Las personas tienen el derecho a vivir de acuerdo con estas reglas; tienen el derecho a la justicia… Tienen el derecho a los frutos de su trabajo, y a los medios y recursos para hacer provechosa esta actividad. Tienen el derecho a la herencia, y a poder cuidar de su prole, así como a una instrucción en vida y una consolación a la hora de la muerte. Independientemente de lo que cada persona haga, mientras no viole los derechos de las otras personas, tiene el derecho de trabajar para si mismo; y tiene el derecho a una parte justa de todo aquello que la sociedad puede contribuir para su bienestar”.[1]

La Sociedad Fabiana

fabian    Fundada en 1883, esta Sociedad contó con destacados personajes, tales como Sydney Webb, Beatrice (Potter) Webb, Sydney Olivier, Graham Wallas, Bernard Shaw, etc. Sus miembros se declaraban socialistas y la finalidad de constituir la Sociedad era doble: uno, ofrecer una alternativa al socialismo de Marx y Engels, a cuyos seguidores clasificaban de fanáticos de la revolución; y dos, instaurar un socialismo tecnocrático, inspirado por técnicos y funcionarios del Estado (civil servants) y gestionado desde los organismos de la Administración: ayuntamientos, cámaras parlamentarias, ministerios, etc. Algún autor recoge algunas de las valoraciones que se hacen de las enseñanzas y la doctrina emanada de la Sociedad Fabiana:

    “No podemos evitar el pensar que a lo que los Fabianos se oponían no era tanto a la injusticia social como tal, sino a la capacidad de despilfarro del propio sistema capitalista. Incluso, en los mejor intencionados, se notaba una arrogancia intelectual y burocrática y un aire de desprecio hacia la gente corriente, a la que asignaban un rol y un rincón marginal en la pulcra y ordenada sociedad que planificaban. Otro autor comentaba que la Sociedad Fabiana tenía la inhumana actitud de los expertos eficientes, y su solicitud de reformas sociales nacía más bien de la necesidad de evitar el olor desagradable que desprende la pobreza, que de la simpatía por el propio pobre. Defienden la propiedad pública de la industria porque piensan que reduce el despilfarro material, no porque hace más feliz a la gente. Aunque los socialistas ortodoxos  eran más dogmáticos, por lo menos, ellos amaban al ser humano, odiaban la injusticia, y ponían todo el empeño en conseguir la cooperación social, algo de lo que los Fabianos carecen”. (p. 326)[2]

    Con el paso del tiempo, este tipo de socialismo pasaría a ser conocido como socialdemocracia, o últimamente, social liberalismo.

Wilhelm Reich (1897-1957). La función del orgasmo. Clásicos del siglo XX. El País. Madrid 2003.

reich    “La estructura caracterológica del hombre actual, que está perpetuando una cultura patriarcal y autoritaria de hace cuatro a seis mil años atrás,  se caracteriza por  un acorazamiento contra la naturaleza dentro de sí mismo y contra la miseria social que lo rodea. Este acorazamiento del crácter es la base de la soledad, del desamparo, del insaciable deseo de autoridad, del miedo a la responsabilidad, de la angustia mística, de la miseria sexual, de la rebelión impotente así como de una resignación artificial y patológica. Los seres humanos han adoptado una actitud hostil a lo que está vivo dentro de sí mismos, de lo cual se han alejado. Este enajenamiento no tiene un origen biológico, sino social y económico”. (p. 18)

    “El poder social ejercido por el pueblo y para el pueblo, basado en un sentimiento natural por la vida y el respeto por la realización mediante el trabajo, sería invencible. Pero este poder no se manifestará ni será efectivo hasta que las masas trabajadoras y productivas no se vuelvan psicológicamente independientes, capaces de asumir la responsabilidad plena de su existencia social y determinar sus vidas racionalmente.  Lo que les impide hacerlo es la neurosis colectiva, tal como se ha materializado en las dictaduras de toda índole y en galimatías políticos. Para eliminar la neurosis de las masas y el irracionalismo de la vida social; en otras palabras, para cumplir una auténtica obra de higiene mental, necesitamos un marco social que permita, antes que nada, eliminar las necesidades materiales y garantizar un desarrollo  sin obstáculos de las fuerzas vitales de cada individuo”. Tal marco social no puede ser otro que una auténtica democracia”. (p. 25)


[1] Lane W. Lacanster. “Hegel to Dewey”. Masters of Political Thought. Vol. 3. Harrap & Co. Ltd. London 1963.

[2] Lane W. Lancaster. “Hegel to Dewey”. Masters of Political Thoutgh. Vol. 3. Harrap & Co. Ltd. London 1963.


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